Pared a través – Julie Campagne – #HistoriasDeAndarPorCasa

lunes, abril 20, 2020

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Pared a través

Desde siempre, Milton dividía la humanidad entre dos clases de personas: las que consideraban a los muros como una protección y las que los consideraban como una separación. Pero eso era antes. Varios días sin estar seguro de nada y varias noches entreviendo una certeza le habían conducido a vivir por una pared o a través de ella. Cuando ya no se sentían temblores de pasillos ni tintineos de metálicos carros, Milton comprendía que había llegado la hora de su cita. Su mano izquierda llena de manchas, crestas y terremotos atinaba a tocar el descolorido azul de la pared, junto a su cama. Su palma entera sabía que del otro lado encontraría otra palma que también estaría acariciando sin cesar las diminutas colinas del gotelé. Cinco yemas, más limpias que nunca, que buscaban como colocarse para convocar a la sensualidad.

Tal vez Milton hubiese podido recordar quién era aquel vecino o aquella vecina con quien quedaba todas las noches y que ocupaba la habitación contigua. Pero en el fondo, no necesitaba recuerdos sino certezas. Y por suerte, estas no le faltaban. El anciano tenía claro que mediante aquella pared circulaba un diálogo, el amor, la vida. No podía haberle sucedido nada mejor en aquel entonces, eso también lo sabía con certeza. Del mismo modo anticipaba que, una mala noche, tan solo un lado de la pared vibraría. Y la mente tal vez no lograra olvidarse de la muerte pero la mano amnésica, al día siguiente, acariciaría el relieve, exploraría los valles, subiría las peñas en busca de su correspondiente.

Así era como, de la oscuridad, surgía para Milton la más escurridiza de las verdades: me busca, me quiere, me tiene. Jugar al escondite es divertido, incluso a los 90 años. Entrégame  tu pulgar, ¡venga! Rodea la yema de mi anular con este meñique tuyo. Haz vibrar esta puñetera pared como si tocaras una pieza de piano, de trompeta, de guitarra, de lo que tú quieras. Pintura, escayola, bloque, escayola, pintura: casi nada. Un puñado de centímetros cúbicos en  la superficie del planeta. Por los materiales circulaban las ondas del deseo y el infinito silencio de la vejez se suspendía hasta la madrugada, hasta que el simulacro de vida de la residencia los separara.

No hacen falta grandes gestos para que haya amor, no hace falta imagen para que haya deseo, no hace falta armar escándalos para hacer cosas escandalosas. Milton nunca había creído que los muros sirvieran para proteger. Pero ahora tenía claro que no lograrían separar, y que –por simples o complejas cuestiones del sentir− existía una tercera clase de personas: las que consideraban que los muros podían unir.


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