Saturno 7 – Jacomar Barco – #HistoriasDeAndarPorCasa

lunes, abril 20, 2020

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SATURNO 7

Recuerdo hace ya años a papá entrando en casa agotado después de pasar más de diez horas trabajando. Mi madre se impacientaba por él y, mi hermano pequeño y yo, con 5 y 10 años,  que llevábamos todo el día encerrados entre aquellas paredes de un piso en una calle con nombre de planeta, ansiábamos aquel instante. Sobre las 18:45 sonaba el telefonillo. “Abre”, se oía. “Corran, corran”, nos apresuraba mamá, que sabía que llevábamos planeando y perfeccionando nuestro intento de agazaparnos durante todo el día. Bueno… durante todo el día, y durante las últimas tres semanas.

En aquella ocasión, probamos una estrategia mucho más atrevida.

Nuestro padre era listo, muy inteligente. Los primeros días nos encontraba enseguida. Casi que tardábamos más en escondernos que él en averiguar dónde estábamos. O bien porque el escondite era muy fácil, o porque, aunque nos encondiéramos en un buen lugar, dejábamos algún cachito de pie a la vista, o porque mi hermano y yo nos reíamos imaginándonos lo estúpido que debía sentirse buscando en cada rincón de la casa… O simplemente porque mamá nos había visto escondernos y se lo chivaba. La cesta de la ropa, debajo de las camas, detrás de puertas, encima de los armarios, dentro de la nevera…

Nuestro nuevo plan había sido llevado a cabo a la perfección. Durante los últimos cinco días tanto mi hermano como yo, un día cada uno, nos habíamos rotado para dejarnos descubrir fácilmente. Así, podríamos observar la ruta que seguía nuestro padre en nuestra búsqueda. Lo primero, quitarse los zapatos y dejarlos fuera; lo siguiente, después de haberse lavado las manos, darle un beso a mamá que lo miraba como a un héroe; y, por último, ir en dirección hacia donde ella le había dicho con la cabeza y una sonrisa que habíamos ido. Sus pasos, lentos y cuidadosos, dibujaban una trazada idéntica cada vez. La despensa, el cuarto de la lavadora, los baños, la cocina, el comedor, el salón, su despacho, las habitaciones… Ese era su recorrido. Cada vez. Exhaustivo. Minucioso. Salvo en un caso. Arriesgado, pero posible.

Sin miramientos, uno de los dos tendría que hacerlo. El “piedra, papel, tijera” quiso que fuera yo el elegido, y esa noche, me oriné en la cama. A la mañana siguiente, mamá puso las sábanas a lavar, no sin antes haberme reñido. A las 18:57, cuando ya llevaba casi 5 minutos sin encontrarnos, papá se dirigió extrañado y preocupado hacia el salón en busca de mi madre. Unos aplausos repentinos que venían de fuera acallaron ese “¿dónde están?” que ya salía de su boca. Se asomó a la ventana y, con los ojos aguados, se unió a la melodía.

Los vecinos y mamá, que ya le había regalado un abrazo por la espalda, le agradecían su trabajo diario.

Un minuto después, ahí lo teníamos, en un plano contrapicado. Impresionado, y con una risa picarona.

Nosotros, entre sábanas, con olor a suavizante y tramando un nuevo plan para los próximos días de cuarentena.


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