Carta al atardecer – Miguel Torija Martí – #HistoriasDeAndarPorCasa
CARTA AL ATARDECER
Querida musa, te escribo para informarte que voy en tu búsqueda. He leído todo lo que recomendaba el Manual del escritor desesperado: afilar el lápiz con una navaja, descargarme la lista de Spotify de un escritor famoso y salir del despacho al atardecer para escribir al aire libre. De hecho, estoy ya listo para recibirte. En los auriculares empieza a sonar Tequila. La brisa que llega con olor a lavanda acaricia la ropa tendida haciendo ondear una toalla que, colgada en los hilos todavía desprende algunas gotas de agua, como si llorara en solidaridad con la melancolía de la mujer que la acaba de colgarla.
No sé si ha sido la toalla llorona, el estallido de locura inocua y adrenalina juvenil de la canción, o el regusto dulce de la magdalena industrial que he tomado en el desayuno, la cuestión es que, tras meses de sequía, tengo que informarte que esto está surtiendo efecto; noto un relámpago de inspiración naciendo en algún lugar de mi cerebro. Ese relámpago ha llegado a mis manos, que con pulso trémulo sostienen el lápiz mientras te escribo y que ahora…Ella˳…Disculpa, he conseguido detener mi mano y que vuelva a la carta. Esos segundos que he estado pugnando para que no escriba por su cuenta, han provocado el agujero que hay al final de la a…deja de removerse el pelo con los dedos…Otro arrebato de la mano ha vuelto a interrumpirme. Disculpa de nuevo. Aunque no te negaré que no he podido evitar sonreír mientras la mano escribía libremente…se coloca detrás de la oreja un mechón de cabello rebelde…Ya ves que esto está siendo un éxito. Noto que la mano vuelve a reclamar libertad mientras se repite el estribillo de la canción y llega hasta mí el perfume de la chica. Un olor floral con toques de talco que se mezcla con el del suavizante y me hace cerrar los ojos y anima a mi brazo a que continúe haciendo surgir una historia de amor…saca un pañuelo y se seca las lágrimas. Dirige su mirada hacia mí, todo desaparece salvo su sonrisa… Me despido. Gracias por volver. Recibe un fuerte abrazo y disculpa que no abra los ojos, es que no necesito abrirlos para saber que el rostro de la mujer que tiende en el patio de luces, me está mirando y sonríe. Lo sé porque no hay brisa, no hay toalla, ni siquiera ella, que sigue tendiendo sin dejar de sonreír, existe. Si abro los ojos en la galería donde escribo apoyado en la lavadora, solo quedaremos tú y yo acompañados por el ocaso del sol entre los edificios, por el apacible olor de la ropa recién lavada y por el frenético guitarreo con el que termina la canción.