Paella – Rafael Hernández García – #HistoriasDeAndarPorCasa

viernes, abril 17, 2020

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Paella

“¿Has preparado la mesa? ¿Seguro? ¿Vasos? ¿Cubiertos? ¿Y las servilletas? Voy a echarle un vistazo porque no me fio”. Su madre ponía en marcha este ritual todos los domingos que se juntaban en familia. “Está casi lista”, gritó su padre desde la cocina con esa voz rotunda que favorece que las paredes reverberen con sonoridad todo lo que dice. Suerte que la cocina antecede a una estrecha solana cuyo vano abierto permite la entrada de los rayos del sol y la fuga de los olores.

Antes no lo hacía, pero ahora, tras despertar, como preámbulo al desayuno, agarra un libro y se sienta en la banqueta que fabricó su abuelo con los cuatro tablones sobrantes del refugio para las cabras. “Nada se fabrica como antes” suele decir. Había leído en algún lugar que la vitamina que proporciona la luz del sol es importante para activar el organismo. Además, escuchó decir a un experto en la radio, que tomar el sol en la mañana es la clave para conciliar el sueño a la noche. Le está costando dormir, se despierta a cada rato, pero no quiere decírselo a su madre.

“¡Ya casi está!” volvió a bramar su padre, sacudiéndose las manos en el delantal tras comerse una de las gambas, a hurtadillas. “Eres un guarro”, le espetó su madre con cierta náusea. Al oírlo, ella comenzó a reír a carcajadas. La relación que mantenían sus padres le suscita tremenda ternura. Cree firmemente que no puede ser perfeccionada. Con ninguna de sus novios ha logrado tal grado de complicidad. Simplemente han sido, “demasiado jóvenes”, puntualiza siempre su madre, como cuando el escultor pasa por última vez el paño sobre el mármol y, enjugándose el sudor con el mismo trapo, sabe que ya está terminada la obra.

A la comida había acudido su pareja de aquel momento: “traigo un tinto y un queso del pueblo”. “Venga, vamos a abrirlo” vociferó el padre testando, de nuevo, con su voz la porosidad del encofrado. El tintineo de las copas posándose sobre la mesa de cristal equivalían a las campanas que en la iglesia cercana habían dejado de tañer cada hora en punto.

Eran las tres de la tarde. Quizá era domingo. Ella había dispuesto en la mesa todo el menaje necesario para seis personas. Solía almorzar acompañada de alguna película a la que rara vez prestaba atención. Hoy había cerrado todas las plataformas, pero reprodujo en su móvil un vídeo que le acompañó mientras comía su mustia ensalada. Estaban todos. Mamá, papá, abuelo, su ex, ella. ¿Has preparado ya la mesa? La paella está casi lista. Nada se fabrica como antes. Ya casi está. Eres un guarro. Demasiado jóvenes. Traigo un tinto y un queso del pueblo. Venga, vamos a abrirlo.

Se repetía con obcecación estas frases, pero aún echaba en falta la voz de su hermano pequeño.

Avanzó con su índice hasta el final del vídeo. “Venga, apago esto, que me van a dejar sin nada”.


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