Como un largo domingo – Amparo D. Perdomo Feo – #HistoriasDeAndarPorCasa

miércoles, abril 22, 2020

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Desde estas ventanas y balcones no llueven aplausos ni caceroladas. Parecen estar demasiado lejos del mundo. Aquí transcurren los días como siempre lo han hecho. Con coronavirus y sin él, mandan soledades de calles desiertas.

Aunque ahora todo es verano. Luz gigante dentro y fuera. Como un largo domingo. Todo paz. Todo lo que es ahora el mundo de Ana lo tiene al alcance de sus manos, manos que enjabona cada dos por tres. Todo lleno de una brisa de lejía suave. Sin tele para no saber de cifras de más muertos. En Ana, todo se concentraba en exprimir el tiempo, antes tantas veces negado. Eso de “no tengo tiempo, no tengo tiempo” momentáneamente había cesado. Los plazos que se daba a sí misma, se alargaban sin sobresaltos. Las sillas y mesas que calculó que tardaría dos días en lijar, pintar y barnizar, necesitaron casi dos semanas, porque además hizo falta, antioxidante, imprimación…y tuvo que comenzar todo el proceso desde cero…pero, no importaba, había una sensación extraña que se imponía a todo: no había prisa.

Mientras desayunaba Ana ahuyentaba wasaps de conspiraciones sobre una dictadura sanitaria que trataban de imponernos a golpe de mentira o bulos sobre la maldad incurable de los gobernantes como quien espanta a una mosca insistente e insignificante. En una angustia serena respetando a rajatabla las instrucciones de quedarse en casa para protegerse y para proteger a los demás, crecían ajenas a todo brócolis, coliflores y berenjenas, como si estuviera sola en el mundo sosteniéndolo.

Vaciando estantes para llenarlos de nuevo, entrando en el caos de herramientas, papeles, ropa, calzado. Sacando de todo para encontrarles un sitio nuevo y recordarlo después para saber perfectamente qué cosas habitaban la casa y cual su lugar exacto. Vestida con un mono azul mientras movía de un lado a otro el rodillo pringado de pintura, Ana sentía miedo, un miedo extraviado a pandemias desconocidas. Confiada, observaba que contaba con el escudo de mascarillas y guantes que esperaban preparados hasta la próxima salida. El resto era tiempo de una soledad descalza, despreocupada. Todo el miedo se transmutaba en la placentera tranquilidad de quedarse en casa.


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