Hay gente p’a t’ó – Francisco Muñoz López – #HistoriasDeAndarPorCasa

jueves, abril 16, 2020

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“HAY GENTE P’A  T’O”

Tres generaciones dedicadas al tema del dinero y va a ser a mí en estos días extraños, que algo me impulsa a exonerar de culpa la profesión que hemos desarrollado los varones de mi familia. No se entienda que necesito el beneplácito del lector ni su solidaridad, ni siquiera su comprensión. Nada de ello necesito desde que, hace mas de 40 años, mi padre me enseñó que todos los trabajos están a la misma distancia de Dios y en tono más castizo, entre calada y calada, me dijo que nadie es menos que nadie.

Mi vida ha transcurrido como fue la de mis dos antepasados: sin grandes sobresaltos, sin grandes ingresos, sin grandes angustias ni grandes alegrías. Siempre me han gustado los barullos, la algarabía de las plazuelas, el ruido sordo del Metro, las manifestaciones, los mercados, todo lo que suponga un contacto estrecho con mis semejantes. Decía mi padre que si hay que vivir del prójimo, cuanto más cerca, mejor. “Hay que arrimarse, como los toreros” me solía decir.

Como en cualquier profesión nadie se fía de nadie y habiendo euros por medio, menos. La rapidez en la transacción es primordial, la inmediatez, al ahora y aquí, al “Just in time”. Y en eso los varones de mi familia somos insuperables.

Un periódico, un pequeño contacto fortuito y a realizar el arqueo.

“Ningún día es igual, la vida empieza hoy” solía decirme el viejo. Pero poco o mucho, siempre he llevado a casa lo suficiente para que mi familia no haya pasado carencias. Hemos vivido decentemente y nos ha permitido costear los estudios de Carlos.

Pocas veces mi actividad me ha ocasionado problemas, aunque he tenido algunos encuentros no buscados con la ley. Generalmente en dos o tres días el asunto quedaba zanjado.

El problema surgió el pasado viernes día 13 de marzo. Las calles empezaron a vaciarse. Acudí a los supermercados y mal que bien, pude cerrar un par de operaciones. También en las farmacias conseguí que algún despistado me dejara redondear el día. Todo empeoraba a marchas forzadas. La distancia de seguridad acabó por impedirme trabajar. Deambulaba solo cuando una patrulla se detuvo a mi altura. De una ventanilla asomó una cara que inmediatamente reconocí. “Coño, Pepe, no sabes que no se puede andar por la calle…”

“Ya sabe, sargento, la costumbre”.

“Pues quítatela, no quiero tener que volver a avisarte”.

“Descuide, sargento, no me volverá a ver el pelo hasta que todo esto pase”. Y cuando esto pase… espero que tampoco, pensé para mí.

No me gusta tener trato con maderos. No niego que siempre me han tratado con cierto respeto e, incluso, alguna vez con afecto. Pero su condescendencia me molesta enormemente. “Así es que Pepe el Carterista, eh?. Ay, Pepe, Pepe, no escarmientas”.


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