Relatos Cortos #SemArq2018 – «Una casa en la colina» – Diego Carreño
Una casa en la colina
La casa estaba ahí. Erguida y sólida, encarando el valle. Permanecía tal y como la recordaba, en el mismo sitio tras el paso de los años. Pareciera que había estado allí antes incluso que las montañas y collados que la rodeaban.
Mirándola desde el camino que accedía suavemente a la colina en la que se asentaba, simulaba que abrazaba la cresta de ésta por medio de sus muros y pilares. No faltaba quien, entre obsceno y cursi, comentaba que edificación y terreno se habían fundido como dos enamorados en un acto de eterna cópula.
Sin tener un estilo definido, más allá de la solidez hilvanada por paramentos de materiales pétreos y densos, muchos la habrían definido como “de esas, de pueblo”. Sin embargo, un ojo experto podría distinguir a través de sutiles detalles que, en contra de la primera impresión de eterna permanencia, había sufrido constantes cambios y adaptaciones en lo que era sin duda una larga existencia: allá el rastro de un viejo dintel en el muro revelaba la extinta presencia de una ventana ya olvidada; allí el vestigio de un arco entre sillares señalaba el punto en que se amplió absorbiendo un viejo porche; más arriba, sutiles diferencias de material en las jambas de los marcos relataban el crecimiento de la segunda planta; y así.
Un ojo aún más entrenado percibiría que muchos de esos cambios eran producto de una tendencia natural a protegerse del viento frío del norte y abrirse a las vistas del valle y al soleamiento del sur. Como si la casona con vida propia, casi remoloneando se hubiera despertado al alba y, al igual que hubiéramos hecho cualquiera de nosotros al hacer vivac, se hubiera ajustado para estar más confortable.
Todos esos pensamientos le acompañaban mientras ascendía el camino rodeado de zarzas de moras, bojes y diversos matorrales silvestres, hasta alcanzar el tirador del portón. Sólo el tocarlo, ya le traían a la mente las ensoñaciones de tantas generaciones de habitantes que habrían subido por el camino contemplando aquel extraño y sin embargo atractivo maridaje entre edificación y valle. Sin duda, ambos eran testigos casi mudos de ilusiones, esperanzas, quién sabe si de dramas y seguro que de amores y pasiones de quienes habitaron ese lar.
Al abrir la pesada hoja de madera, y tras un hermoso zaguán que hacía las veces de cámara aislante y escudo frente al Cierzo, se abría un amplio corredor que desembocaba en un ventanal abierto a la principal vista del valle. Ésta era ofrecida a modo de regalo a quienes cruzaran aquellos umbrales… contemplando aquel paisaje, sentía nacer en lo más íntimo una conexión, casi sagrada, como si aquella vista fuera una comunión entre la creación divina en un lado y la humana en el otro.
Quizás tuvieran razón quienes hablaban de la relación íntima entre aquel valle y la casa. Desde luego la segunda no habría sido, o sería diferente de ser otro valle; y sin duda para las generaciones que habitaban aquellas tierras el valle no sería el mismo valle sin la edificación que lo coronaba.
Sí, la casa estaba ahí; pero el ahí era gracias a la casa y quienes la habitaban.
Diego Carreño. Arquitecto.