Arquitectos en la prehistoria – Elvira Carregado | Relatos cortos #SemanaArquitectura2022

jueves, octubre 6, 2022

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Pasadas las jornadas de la siembra, cuando los días se acortan, es tiempo de construir el panteón familiar. Subimos los tres hermanos, Zeloi, Artai y yo, al espacio elegido por nuestros antepasados, un llano a media ladera, por encima del poblado. Domina todo nuestro territorio, las techumbres de nuestras viviendas, las huertas que trabajamos, los prados donde pace nuestro ganado, el rio Salas bajando desde el oeste, monte Pisco al fondo. Artai señala el lugar. Nos colocamos allí mirando al sol y sonreímos. Cerca otros cuatro túmulos, donde descansan antepasados de nuestros vecinos, brillan con las primeras luces del día.

Escogido el lugar, con la prisa que provoca la emoción, limpiamos la vegetación, marcamos la zona y encendemos un fuego que permanecerá hasta la noche, cuando toda la familia subirá para que, los que aquí habitan, nos reciban.

Al amanecer del segundo día, dibujamos el dolmen, orientando su entrada al solsticio de invierno y marcando en el suelo cada una de sus partes. Y nos dirigimos hacia el sur, en la sierra del Xures están los bolos de piedra tostada de los que extraeremos cada una de las piezas que precisamos. Caminamos hasta llegar al Corno Dourado, donde parece que no está esperando aquella roca dorada e imponente. Regresamos entusiasmados, aunque sabemos que queda la parte más dura. Extraer todas las losas y trasladarlas. En el poblado nos esperan los mayores que han seleccionado una cuadrilla, con los más fuertes de cada familia para que, desde mañana, nos ayuden en nuestro trabajo.

Llegado el tercer día, formamos una nutrida cuadrilla y nos dirigimos al lugar donde hemos de extraer nuestro material. Allí unos preparan troncos para trasladar las grandes piedras. Otros desgajamos el bolo. Durante varias jornadas, trabajamos de sol a sol hasta que tenemos todo a pie de obra.

Llegó el día de comenzar la construcción, empezamos por la losa de la cabecera, la que se enfrenta a la entrada principal. Para dejarla vertical, excavamos un hueco del tamaño de la base. Encajamos este ortostato y lo calzamos con piedras pequeñas, hasta conseguir que quede casi vertical con una pequeña inclinación hacia el interior, pues la tapa por su enorme peso, no debe ser muy grande. Apoyándose en la primera losa colocamos las dos siguientes y, a continuación, las otras cuatro, cada una con su fosa, sus calzos y apoyándose en la anterior.

Antes de colocar la tapa erigimos el túmulo, amontonando capas de tierra que apisonamos contra la cara exterior de la losas. Cuándo alcanzamos su altura de remate, arrastramos la tapa túmulo arriba y completamos el dolmen. El interior ya está rematado. Pero es preciso proteger la tierra del túmulo de la lluvia y el viento para que no sea arrastrada.

Es la tarea del último día de trabajo, nos reunimos las familias del poblado y cubrimos el túmulo con una coraza de piedras de cuarzo blanco que brillará al sol. Así será vista por todos los forasteros que pasen por nuestro territorio.

Elvira Carregado

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