Eutanasia preventiva – Alain Devouassoux – #HistoriasDeAndarPorCasa

domingo, abril 19, 2020

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Tin… tiiiin… tintín… tiiiiin TIN.

Cuando terminó de tocar el triángulo en el balcón y recibir el aplauso de los vecinos del 4ºB, recordó a su padrastro, quién en una de sus borracheras, lo sorprendió, no a golpes, como de costumbre, sino con un increíble solo de triángulo, que hubo causado furor en el Lincoln Center de Nueva York.

Su padrastro le había dejado grandes marcas: patadas en el pecho, puñetazos en la mandíbula, innumerables traumas, pero por sobre todas las cosas, le transmitió su amor al triángulo.

Él, un joven retraído, inseguro pero fortalecido a causa de tantos golpes, basó su vida en torno a este noble instrumento convirtiéndose en triangulista profesional.

En su afán de triangular su mundo, se convirtió además en un poco afamado pero feliz arquitecto, cuyas obras, muy escasas pero fieles a su estilo, siempre partían de un triángulo equilátero, al que luego, con la baqueta, y por medio de las vibraciones generadas por el golpeo de ésta en alguno de sus lados, iba generando espacios sonoros en los que se guarecía, en los que se sentía tan seguro, como cuando estaba en el vientre materno.

Vivía en el tercer piso del único edificio de vivienda colectiva que había diseñado, de planta cuadrada pero de cuatro viviendas triangulares por planta a las que había robado parte de su superficie para desarrollar un núcleo de comunicaciones vertical y un patio común, desde el cual, cada vecino mostraba sus miserias.

Al ser entre medianeras, sólo los de su letra, “B”, disponían de balcón a la calle, y pese a que siempre había utilizado ese balcón como espacio residual, donde guardar los aparatos inútiles que compraba, las zapatillas que ya no utilizaba y muchas veces y durante semanas, la basura que él y su tortuga albina generaban.

Últimamente, debido a que por una pandemia mundial no podía salir de su triángulo, ese balcón empezó a adquirir un valor esencial.

Un pequeño portal al mundo exterior, desde donde insultar al anciano que paseaba a su perro, o desde donde arrojar huevos al enfermero que se disponía a hacer su turno, daba igual, desde su balcón él era juez y verdugo.

Además estaba encantado porque los del 4ºB se habían motivado tanto con sus conciertos de triangulo que desatornillaron la carpintería de PVC imitación a madera, con que habían cerrado su balcón y que él detestaba cuando volvía caminando del trabajo y veía como la composición de la fachada que había proyectado se interrumpía por culpa de esos malditos y su afán de ganarle 4,82 metros cuadrados al estar-comedor-cocina renunciando así a lo que hoy era el corazón del hogar.

Pese a que no podía salir, imaginaba cómo se vería al fin su edificio tal y cómo él lo había proyectado, y sintió tanta realización que pensó que ya el mundo no podía proporcionarle nada mejor.

Así que saltó. Ante el aplauso de los vecinos que acto seguido comenzaron a insultar al cartero, que estaba haciendo el reparto sin uniforme…


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