Textos #SemanaArq2017 – «La crisis de los fantasmas», por Julie Campagne
Desde que Arrecife ha ganado el sobrenombre de “La ciudad que no quiere morir”, cada día son más los que tienen que salir de la isla al comprobar que ya no pueden aparecerse. Mientras algunos recalcan las ventajas de una urbe libre de ellos, otros denuncian la huida de los espíritus como una cuestión de muerte o muerte.
Desde una barca abandonada en las orillas del Charco de San Ginés, Baldomero Martín hace sonar su lamento: ya no tiene a dónde ir y su situación no le preocupa a nadie. Tras ser tirada la casa en la que solía aparecerse, el fantasma de principios del siglo XX no tiene ningún lugar que atormentar.
La Presidenta de la Asociación para la Liberación Legal de las Ánimas (ALLÁ), Elena Espíritu de Aparición denuncia la situación actual: “Mientras se procede a las demoliciones, estamos permitiendo que sean desalojada una multitud de fantasmas sin ni siquiera proponerles una alternativa digna. Arrecife se ha convertido en la ciudad con menos casas encantadas de toda Europa. Estamos perdiendo espíritus constantemente: se ven obligados a emigrar.”
Las empresas de buques fantasmas, las cuales se ven favorecidas por esa huida masiva, han tenido que abrir nuevas líneas semanales en dirección a la isla de Cuba, donde todavía permanecen edificios ocupados por ectoplasmas conejeros, quienes acogen a sus primos, tíos y familiares lejanos. Desde el ayuntamiento, se quiere transmitir un mensaje muy positivo: “Estamos ahorrando mucho en exorcismos. Tenemos que mirar hacia el futuro: estamos construyendo una ciudad sin visiones”, explica Inmortalidad Santos, concejala responsable del área del Porvenir y del Olvido.
Los expertos coinciden en que los pocos espíritus condenados a permanecer entre los vivos solo pueden vagar donde mantienen un vínculo emocional: “Por culpa de reformas, muchas veces los fantasmas no encuentran con qué producir ruidos nocturnos. Los pisos ya no son de madera y las puertas están bien engrasadas”, lamenta Elena. Resultado: muchos se marchan y los que quedan ya no asustan a nadie. “Sin hablar del alquiler vacacional, del que poco se benefician, ya que los ocupantes no se quedan suficiente tiempo como para notar su presencia.”
Lo que unos años atrás era un fenómeno anecdótico se ha convertido en una situación insostenible para quienes la padecen. “En algún lugar hay que aparecerse, explica Baldomero. Pero yo soy un fantasma de pocos recursos. Fabriqué una humilde vivienda que mis nietos vendieron hace unos años.” No le gusta que se vendan los edificios antiguos de Arrecife como solares: “Yo no he escuchado nunca hablar de solares encantados. Son casas, con todas las de la ley.”
Si bien la legislación no permite la destrucción de fantasmas, la ALLÁ quiere hacer ver que la llamada remodelación urbanística podría acentuar la “ectofobia” y conducir a la desaparición completa del patrimonio de almas pérdidas del que consta la ciudad. Sin embargo, nadie puede negar que sea –paradójicamente– encantador vivir en la “ciudad que no quiere morir”.
Julie Campagne