Malentendidos culturales – Cristo Saavedra Sarmiento – #HistoriasDeAndarPorCasa

miércoles, abril 15, 2020

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MALENTENDIDOS CULTURALES

Mi compañero de piso, en aquel país tan áspero, no había aparecido aún. Yo alquilé la habitación a través de una página muy conocida en aquella latitud. Accedí al edificio, primero, y a la vivienda, después, mediante un código electrónico, algo cada vez más frecuente, y me instalé en la que deduje, recordando las fotos, era mi estancia.

El apartamento me recibía algo lúgubre, especialmente oscuro, con algunas paredes pintadas completamente de negro. La decoración parecía rescatada de algún rastro improvisado, olía a cerrado y la ventilación era escasa.

Pasaron varios días hasta que, por fin, conocí a la persona con quien compartiría aquella fúnebre morada. Sus gestos eran muy rígidos y espasmódicos. Miraba con frecuencia al techo y parpadeaba de manera extraña. Era un individuo muy alto, corpulento. Vestía de negro: una camiseta algunas tallas más pequeña que dejaba ver una barriga peluda y poco trabajada, unos vaqueros negros que disimulaban la inexistencia de culo, botas militares de punta de acero, gafas de pasta para una miopía severa y una barba que crecía por donde le daba la gana. Poseía una voz muy gutural, cavernaria, que inundaba todas las dependencias. Exageraba los gestos faciales en un soporífero esfuerzo por hacerse entender y marcaba el acento como un presentador de la CNN. Seco y protocolario, se despidió de mí con una reverencia demasiado pronunciada, mahometana.

Pasaban los días y a duras penas nos cruzábamos en aquellos 70 m2. Siempre correcto, siempre convulsivo en sus ademanes, mi compañero de piso era una sombra fugaz y vespertina. Conseguí saber su nombre en uno de esos encuentros esporádicos: «Mam na imię Dobro». Qué ironía, pensé, porque “dobro”, o cualquiera de sus variantes eslavas, significa ‘bueno’ o ‘bien’.

En casa, Dobro se comportaba como un ser errático sin ningún propósito aparente. A veces, sentía que se detenía justo delante de la puerta de mi habitación mientras mascullaba incoherencias en polaco. Sin embargo, aquel día me sorprendió que lo hiciera a voz en grito. Comencé a sentir cierta curiosidad y le pedí a una compañera de la facultad que me tradujera lo que Dobro estaba bramando tras la puerta; para ello acerqué el móvil y grabé su colérico sermón:

«¡Tu alma es una okupa! ¡Deja de masturbarte y abandona ese cuerpo!», me exhortaba en su idioma. No conseguí contener las carcajadas, lo cual provocó en mi anfitrión unos alaridos infantiles todavía más cómicos. Aguanté como pude las idas y venidas, las embestidas discursivas, los ensalmos con los que pretendía liberar mi cuerpo, aunque me vi obligado a deslizar una nota por debajo de la puerta en cuanto comenzó a sonar una especie de música ritual: «Silence, please! I am trying to study». Al parecer, mi diplomacia no fue de su agrado porque desde ayer tengo a una especie de Juan Pablo II metalero y a cuatro monaguillos yoncarras delante de mi habitación cantando como seguidores de Hare Krishna.

Por cierto, la página web ya no existe: “404 page not found”.


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