Fases – Sergio Juan Erro González – #HistoriasDeAndarPorCasa

miércoles, abril 22, 2020

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Fases.

Con lo que queda de las yemas de mis dedos —después de los múltiples lavados de manos durante casi un mes— y con la cabeza más fuera de mí que en su sitio, a duras penas consigo arrebatarle unas palabras al teclado del ordenador para conseguir este conato de relato metafísico y así poder dejar, brevemente, constancia de lo acontecido en este cuarto piso, más habitáculo que piso, de apenas 40 metros cuadrados (aprox.) en este bloque vallecano y enjambroso del desarrollismo franquista.

En la primera fase de confinamiento tuve esa ansiedad “sana” de querer hacerlo todo: videoconferencias con amigos y familiares, clases de yoga, teatro, conciertos —todo online, claro está—, leer… parecía no haber tiempo, como si los días fueran de doce horas. De alguna manera arrastraba ese estrés de la inmediatez tan típico de nuestro tiempo, ese ipsofactismo.

Después cuando pasé a esa segunda fase, o semana, o decena de días, porque no sé ya de cuanto tiempo hablo, ya que la relación con el tiempo cuando se está quieto en un mismo sitio varía  mucho de cuando uno está en movimiento que es cuando se puede relativizar. De alguna manera ahora todos estamos en esa caverna de la que hablaba Platón —aunque muchos llevaban en ella mucho antes, quizá toda la vida—. El caso es que esta segunda fase de la que hablo es donde mi hartazgo y el acostumbrase a vivir enjaulado hacen frontera. En esa zona limítrofe tan fina como una cuerda de funambulista es donde mi cabeza, y supongo que la de todos, tienen que hacer un auténtico juego de equilibrista para no caer en las garras de la desidia pero tampoco en las fauces de la rutina. Quizá estar en la cuerda floja es lo que a uno le mantiene   vivo.

Pero no sé si en esta tercera fase caí al vacío, no sé bien de qué lado o si había otros fondos donde caer. Pero ahora he alcanzado una percepción absoluta observando la sombra que proyectan los rayos de la luz del sol sobre los escasos objetos que moran mi casa. Es como si con una cámara de video grabara con un plano fijo una parte de mi casa y después la proyectara en una pantalla a cámara rápida. Esa sensación de sentirse una especie de reloj solar humano. Quieto en un punto fijo —mi casa— y una conciencia —mi cabeza, también en mi casa, obviamente— donde tengo absoluta percepción del movimiento de la tierra con respecto al astro rey. Todos los ángulos rectos de la pragmática arquitectura sesentera confabulan con la luz que cada tarde entra por las ventanas y el ventanuco del baño y se suman las sombras de las patas de las sillas del minúsculo salón para crear líneas rectas y ángulos que van alargándose gracias a las fases diarias del Sol, y  que combinan perfectamente con el suelo de azulejos noventeros que quizá la anterior familia que vivió en esta casa pudo poner para tapar esos antiguos suelos obreros. Y yo como observador voy mirando estas sombras chinescas desde un miserable sofá Knopparp de Ikea que puso mi casero y que ahora se ha convertido en un observatorio metafísico doméstico.

Sí, esta tercera fase puede parecer locura, pero yo me quedo más con que es una fase donde he adquirido la auténtica percepción física de donde estoy.

¿Quizá en la cuarta fase me encuentre a mí mismo? Supongo que tampoco hay que   flipar.


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